Juan José Campanella dirige “Metegol”, una película de animación que se ubica a la altura de los gigantes de la industria. Una historia humana y universal, con cálidos personajes.

Por Jorge Coronel

Parece que al cineasta argentino Juan José Campanella le gusta elegir el camino menos previsible. Después de llevarse la gloria de la mano de El secreto de sus ojos (2009), filme con el que se coronó con el Óscar a la Mejor película extranjera, el argentino emprende una película animada que nada tiene que envidiar a firmas como Pixar o DreamWorks.

La película retrata una historia de aldea basada en un cuento de Roberto Fontanarrosa: un joven soñador de nombre Amadeo tiene por pasión el juego del metegol –aquel juego de mesa conocido como futbolito en nuestro país–. Todo cambia cuando un joven del pueblo vuelve convertido en el mejor futbolista del mundo (Mato Grosso), dispuesto a vengarse con la mayor derrota de su vida: el amor de Laura (que atesora el protagonista).

El toque de magia –y giro principal de la historia– ocurre cuando Amadeo descubre que los jugadores del metegol que guarda de niño cobran vida, hablan y hasta lo acompañan en su aventura.

Más allá de la impecable técnica alcanzada, la producción hispanoargentina sobresale por rescatar la humanidad de los personajes en su historia, como ya lo había hecho antes el director en cintas como El mismo amor, la misma lluvia (1999) y Luna de Avellaneda (2004).

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