Después de su confusa Semana capital (2010), el cineasta Hugo Cataldo Barudi apuesta a la comedia romántica para retratar una costumbrista y lograda historia de amor.

Por Jorge Coronel

Restar hasta que todo encaje. Esa fue la propuesta de Mies van der Rohe, considerado uno de los arquitectos más importantes del siglo XX (siquiera sin haber terminado el bachillerato). Justamente a él se atribuye la frase Less is more (Menos es más), casi un mantra que sintetiza lo efectivo de la sobriedad. Como aquel arquitecto, que aunque no construyera grandes catedrales, logró edificar emblemáticas obras desde el minimalismo, el realizadorHugo Cataldo emerge de un tortuoso “cine divague” anterior para contar un sencillísimo pero efectivo cuento. En ello radica, entonces, la honestidad de su obra.

Si usted odia el género rosa y evita someterse a las vicisitudes que afrontan dos personajes que bien podrían encajar en cualquier culebrón televisivo, mejor busque otra película y deje inmediatamente de leer este texto. Si, por el contrario, cada tanto le gusta dejar los prejuicios de lado para dejarse llevar por la emoción de una sutil historia de amor, no dude en tomarla como opción.

La película transcurre en un pueblo indeterminado del Paraguay, donde vive Virgilia (Patty Paredes), una tímida e inocente chipera que pasa sus días enamorada de Walter (Bruno Sosa Bofinger), su mejor amigo de infancia y actual funcionario de un peaje. Su principal motivación, desde el vamos, será concretar una relación con ese muchacho que le quita el sueño, mientras debe lidiar con Vero (Giannina Lezcano), la vanidosa y manipuladora chica dispuesta a evitar la relación.

La aliada de la protagonista será Juanita (María Liz Rojas), íntima amiga de Virgilia y obsesionada con la telenovela paraguaya Corazones de algodón (?). Un rol importante cumplirá su madre y mentora chipera, Ña Candé (Hebe Duarte), quien además sufre la dolorosa ausencia de su hijo radicado en España, Anselmo (Ricardo Quintana).

La chiperita no teme ser cursi, porque –de hecho– lo es. Y no hay problemas con ello. Porque el filme se hace cargo y, a lo largo de sus 65 minutos, Cataldo se encarga de imprimirle una impronta de ironía y naturalidad pocas veces vista en el cine nacional. Después de todo, no caben dudas de que –cuando se trata de contar una historia– importa más el cómo antes del qué. Y la obra de Cataldo –como, en su momento, 7 cajas y Latas vacías– encaja dentro de este concepto.

La fluidez de un guión bien desarrollado se vislumbra cuando el filme se permite omitir diálogos para, simplemente, capturar miradas, un gesto o algún simple tic que –reemplazados por textos, como pudo haber ocurrido– la hubieran convertido en una telecomedia más, tratando de estúpido al espectador. Algo que, afortunadamente, no sucede (y se agradece).

Cataldo se luce en la dirección de actores, lo cual redunda en beneficio de cada uno de los intérpretes. La pareja protagónica Paredes-Sosa logra sintetizar una química que se traduce en la ternura y picardía marcadas desde el mismo guión para la construcción de personajes redondos, tan imperfectos como correctamente humanizados.

Como muy pocas veces en nuestra pantalla grande, todo el equipo actoral logra mantenerse a la altura de sus personajes. Algo que ni siquiera pudo 7 cajas (no nos olvidamos de un desajustado Nico García). Tanto la pareja protagónica como la contundente Hebe Duarte, la carismática María Liz Rojas, la expresiva Giannina Lezcano y el transparente Ricardo Quintana, todos gozan de una apreciada naturalidad cinematográfica, que contribuye más que el star system o una probada experiencia anterior tan usada y malgastada en la cinematografía contemporánea. La naturalidad de la que hablamos se alimenta, especialmente, con el uso del guaraní y el jopara correctamente empleados, entre escenas que retratan un determinado contexto social.

El filme, sin embargo, acusa una serie de (breves) escenas inconsistentes que, a pesar de la pérdida de tiempo, no obstruyen el normal desenvolvimiento del relato. Al igual que una serie de planos fijos que –aunque también breves– pueden atenuar la tensión dramática en desarrollo.

Sin más pretensiones que contar una historia de amor mínima y genuina, la cinta de Hugo Cataldo brilla por la coherencia de su narrativa, la agilidad de sus textos y la sutileza y frescura de sus variopintos personajes.

Rodeada de paisajes, aromas, texturas y sabores costumbristas, La chiperita funciona en lo simple porque sabe que puede emocionar. Sin mayores concesiones ni ambiciones que generar suspiros, los sentimientos se disparan como chipas recién horneadas. Listas para ser degustadas por el público que así lo desee. Buen provecho.

Leé la crítica en ABC Color.